Celia V. Franco C./De Peso
MÉRIDA, Yucatán.- Este es el último fin de semana de las vacaciones de Pascua. Los chavos regresan a la escuela el lunes y las rutinas se apoderan de nueva cuenta de la mayoría de las familias.
Aunque esto no es así para todos, unos cuantos ven este regreso como el principio del fin, pues entre los puentes de mayo y los exámenes, las graduaciones ya están a la vuelta de la esquina.
Siempre habrá un grupo de peques que deje el jardín de niños; los que luego de seis años se gradúan de la primaria; aquellos que en medio de su pubertad cierran el ciclo de la secundaria; los jóvenes que dicen adiós a la preparatoria y los que por fin, luego de tanto esfuerzo, se gradúan como licenciados.
Todos los ciclos se cierran y comienzan otros con nuevos retos, que de nueva cuenta nos hacen probarnos nuestros límites.
Habrá quienes se queden en su zona cómoda y otros que mueran por comerse al mundo y estén dispuestos a enfrentar lo desconocido con tal de lograr sus sueños.
Los adultos deberíamos de absorber de los jóvenes esas ganas, ese arrojo e incluso esa fuerza que los lleva a ser atrevidos; en lugar de eso luchamos por ser quienes tengamos la razón y la última palabra, sin darnos cuenta que poco a poco vamos matando su espíritu y nos enterramos con esas acciones.
Hoy, como nunca, el mundo cambia dramáticamente en unos cuantos segundos, nunca se había visto que un gobernador dejara su cargo en los últimos meses y huyera porque la sociedad lo acusaba de ladrón.
Muchos menos que fuera capturado y presentado ante la justicia. Ojala también podamos ser testigos de la historia y atestiguar que se le aplique la ley.
Como dice mi abuelito Luis: “a mis amigos, la ley, y a mis enemigos, la ley”.
En París hubo otro atentado, justo en uno de los lugares más concurridos, y tal vez pensemos ¿y eso a mí que me importa? Es demasiado lejos de aquí, ni conozco esa ciudad ni a quienes murieron.
Es entonces cuando recuerdo a un gran escritor –Ernest Hemingway- que hace varias décadas encontró las palabras exactas para recordarnos que somos parte de un todo. “Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.
Algún día, tarde o temprano, lo que pasa al otro lado del mundo nos afectará, por eso debemos poner nuestro granito de arena para ser una mejor sociedad, extender la mano para ayudar, porque entonces también nos estamos salvando a nosotros mismos.
Debemos aprender a sentir el dolor de los perseguidos, de los exiliados, de los huérfanos, de quienes mueren por no tener un pedazo de pan o un poco de agua, pero sobre todo estaría bien que nos decidamos a ayudar, ningún acto es muy pequeño si ayuda a cambiar la realidad de alguien que necesita.
Los yucatecos siempre hemos presumido de nuestra paz y tranquilidad, pero por lo pronto hoy Yucatán ya no es el estado más seguro de México para vivir.
Fue desbancado por el municipio de Puerto Vallarta, en Jalisco, y todos los días nos enteramos no solo de que hay más asaltos sino de que son más quienes deciden terminar con su vida por considerar que no pueden resolver el problema que enfrentan.
No sé usted, pero a mí me gustaría enseñarle a mi hijo que todo se puede, que el miedo también es válido utilizarlo como motor para impulsarse, que no debe paralizarse ante una adversidad y que cada día ponga lo mejor de sí.
No quiero que la realidad me detenga, que la incertidumbre se apodere de mí pero me aterra saber que hay personas tan malas –caso Emma Gabriela Molina Canto- como para mandar a matar a su ex esposa enfrente de sus hijos.
Esa es nuestra realidad, la de Yucatán, la de Mérida, en este 2017. Si no hacemos algo pronto no estaremos muy lejos de otros lugares en donde la libertad es sólo cuestión de enfoques.
