Como si fuera ayer: 4 que terminaron siendo cinco

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Celia V. Franco C./De Peso
MÉRIDA, Yucatán.- Como si fuera una historia de realismo mágico escrita por el buen “Gabo”, luego de 48 horas apareció el cuerpo sin vida de don Enrique Javier Torres Hernández, tal y como lo había dicho su familia, la noticia fue nada más y nada menos que una crónica de una muerte anunciada (como un famoso libro) en donde lo supuestamente imposible se hace realidad.

La noticia ha cubierto las planas principales de todos los periódicos, los noticieros de radio y televisión han seguido la información a cada momento, desde el lunes a las 5:30 de la tarde cuando se conoció que una parte de la construcción de la “Plaza 60” se derrumbó los jefes de información de todas las redacciones mandaron a sus reporteros a tratar de averiguar lo que había ocurrido.

Lo más importante era saber si alguien había muerto en el derrumbe y cuántos trabajadores habían resultado lesionados, la intención no era regodearse en el morbo, sino informar y que las familias de esos hombres supieran lo que ocurría.

Lo curioso fue que a las pocas horas, a eso de las 10 de la noche, ni siquiera cinco horas después, el director de protección civil del estado, Aarón Palomo Euán dio una rueda de prensa banquetera en la que aseguró que solo habían encontrado a cuatro hombres sin cuerpo y únicamente otro de los trabajadores tuvo una crisis nerviosa.

Según comentó, se detendrían los trabajos en ese momento, pues no había mucho más qué hacer, la remoción de escombros continuaría en la mañana, con la claridad del día.

Pero con la luz del sol también asomaron los familiares del señor, Enrique Javier Torres Hernández. Su esposa estaba segura que su marido seguía entre los escombros pues no llegó a dormir y nunca antes lo había hecho; uno de sus amigos comentó que cuando se retiró, él le dijo que se quedaría a chambear un rato más pues necesitaba unas horas extras para completar la quincena pero, además, adentro de la obra todavía estaba su bicicleta.

Como buena mujer mexicana, la señora no se detuvo en su búsqueda y se fue a instalar a las fueras de la construcción. Con la ilusión de ver salir a su esposo, en algún momento acechaba entre las tiras verdes que se entrelazan en el enrejado. Así, rezando, llorando y pidiendo ayuda se pasó dos días, nadie le decía nada. Los agentes policiacos y de la Fiscalía entraban y salían sin que la voltearan a ver.

Nadie nunca le dio la cara para explicarle que seguían buscando al amor de su vida. Fue hasta el miércoles, alrededor de las 6 de la tarde, cuando vio salir a una camioneta del Semefo y suplicó al personal le dijera si en ella iba su marido. Fue entonces cuando la subieron a un Tsuru y la llevaron para que reconociera el cuerpo sin vida que acababan de encontrar.

Sin duda hizo falta sensibilidad para tratar el tema, nadie piensa que se haya obrado de mala fe, simplemente no se estaba preparado para una situación así; las cosas se pudieron haber manejado de forma diferente sin crear tanta incertidumbre.

Me parece el momento ideal para recordar una frase que nos recuerda que una muerte nos disminuye como seres humanos y como parte de una sociedad.

“La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas; están doblando por ti”.- John Donne (“Por quién doblan las campañas”, de Ernest Hemingway).

Que en paz descansen todos los fallecidos y pronta resignación a sus familias, de los alarifes y de los soldados que fallecieron al día siguiente (el martes) mientras viajaban de Valladolid a Mérida.

 

 

 

 

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