A un pobre campesino le tomó un año descubrir que la comida que llevaba a la cueva era para una enorme serpiente alada.
Jorge Moreno/De Peso
MÉRIDA, Yuc.- Hoy les presentamos una leyenda maya poco conocida que me fue relatado por don Filiberto Euán, oriundo del municipio de Abalá y que bien podría ser titulado como “el oficio de más miedo” debido a lo que acontece. Según me cuenta, su padre le relataba que a principios del siglo pasado, cuando recién había terminado la Revolución, le entregaron a su papá (el abuelo de don Fili) una parcela para que trabajara, era un terreno grande que tenía una casita en donde vivirían él junto con su esposa y sus seis hijos.
Le entregaron herramientas, cultivos, semillas, la casa recién construida y varios insumos, todo con la condición de que trabajara la tierra, pero además, le dieron una extraña condición: Debía ir los días primero de cada mes a una cueva que se encontraba en ese terreno y meter un cerdo, res pequeña o varias gallinas recién muertas; esto debía hacerlo por siempre. Al principio el señor no le dio importancia a la orden, ya que estaba muy contento porque le habían donado la casa, el terreno y los insumos, así que sin más se dedicó a hacerlo.
Sin embargo, con el paso de los meses le fue causando intriga esa extraña orden, y más porque le confió esto a sus amigos y conocidos y nadie había escuchado nunca antes un ritual así, pues al principio pensaban que podría ser ofrendas para aluxes, para evitar el mal viento, primicias o alguna otra ceremonia tradicional, pero ni siquiera los sacerdotes mayas consultados sabían con exactitud la explicación de porqué había que llevar carne de esos animales a la cueva.
Aún así, el dueño de ese terreno siguió cumpliendo la extraña orden, por más de un año, cada primero de mes hacía la ofrenda correspondiente , sin embargo hubo una ocasión en que su esposa se enfermó de gravedad y se la llevaron a su pueblo (Tekax) en donde estuvo por quince días y por lo tanto el señor no hizo la ofrenda, al siguiente mes, estaba muy atareado con unos viajes que tenía que hacer a Mérida para entregar sus cosechas y tampoco cumplió el mandato.
Al tercer mes, con un poco de remordimiento, fue de nuevo a la cueva para cumplir la encomienda, pero desde que entró sintió un aire muy frío, lo cual se le hizo extraño ya que en todas las ocasiones que había entrado no se sentía así; entonces se sentó un rato a descansar y a los pocos minutos escuchó una especie de rugido tan fuerte, que hizo que se parara de inmediato. Por instinto, prendió una lámpara que tenía y casi se desmaya al ver a una enorme serpiente con un rostro similar al de un caballo pero incluso más grande, con un par de alas en los costados y la piel muy rugosa y gastada, como si tuviera mucha edad; como pudo salió corriendo y fue así como comprobó que mes a mes le llevaba comida a una enorme “serpiente alada”.
Por increíble que pudiera parecer, el señor decidió regresar el siguiente mes pues era una persona de palabra y sabía que si en la última ocasión la serpiente lo intentó atacar fue por su molestia de dejarla sin comida por casi tres meses; con mucho cuidado entró a dejar los animales y en esa ocasión ya no fue atacado. Se cuenta que hizo esta labor por varios años, hasta que un día, cuando fue a llevar la comida, se dio cuenta que los animales que había dejado el mes anterior aún permanecían ahí, putrefactos, al siguiente mes lo mismo ocurrió y ya luego de tres intentos más, dejó de llevar comida, pues supuso una de dos cosas, o la serpiente falleció y por eso ya no comía o bien se fue a otro sitio.
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