Polaca de la carne

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Amílcar Ku Lozano (*)/De Peso
MÉRIDA, Yucatán.- Soy Jesús “Chuchín” Kep para servirle les contaré lo que me pasó hace poco aunque no me crean todo lo que sigue les juro que no estoy para nada loco.

Estaba en plena fiesta carnestolenda, bailé y tomé los tragos a toda madre pero de repente se me subió la peda y ya no me acordé de nada ni de nadie.

Entonces seguí consejos de mi abuela: “Hijo, cuando tengas estos apuros recuerda las oraciones de la escuela y si quieres que todo salga bien tendrás que fruncir mucho el cu…”.

Y así empecé, con cierto disimulo:

Ayúdame San Víctor Caballero Durán. Toda mi bachata no tomes en cuenta pues ya no me importó “el qué dirán” y gasté lo que había en mi Crecicuenta.

Ayúdame San Mauricio Sahuí Rivero, me tomé como quince  micheladas, cuando quise tomar un taxi de Nerio, el chofer pos me mandó a la fregada.

Ayúdame San Renán Barrera Concha, por vestir mi camisa llena de flores y estar cubierto de rojas ronchas me fui al torito por etílicos olores.

Ayúdame San Mauricio Vila Dosal, sólo quería llegar a casa entero, estaba atorado en Plaza Carnaval, no encontré al comandante Romero.

Enseguida me mandó a un negrote, pensé que era San Martín de Porres, pero como vi que traía un garrote me di cuenta que era Roger Torres.

Seguí caminando ante tanto desatine, sin dinero, medio pedo y preocupado sólo contaba con mi credencial del INE y seguí rezando a todos esos  santos.

Cuando me sentía triste y muy perdido, apareció un señor muy gordito y feo; era el mismísimo gran San Panchito. “No te apures, gallo, te llevo en mi trineo”.

Quise ya agradecer al Todopoderoso y explotaron muchas luces adelante. ¡Madre mía! ¡Explotó Jacarandoso! Nada que ver, era Pablito el radiante. “Bájate de ese cacharro, amigo sureño, mi helicóptero está a tu disposición, yo puedo cumplirte todos tus sueños, sólo debes decir que yo soy un chingón”.

Ya quería salir de todo ese chiquero cuando apareció un tipo de gran talla, era un moreno alto y con sombrero; sobre sus hombros traía una toalla.

Al fin sentí un gran alivio y consuelo, pedí que me sacara de esa pesadilla, le rogué mucho y me paré del suelo y rápidamente me puse de rodillas.

Abro mi boca para decir mi oración, yo sé qué eres hermano de la Caridad.

-¿De qué hablas tú, borracho cabrón?

¡Yo soy el mero mero negro de Whatsapp!

(*) Colaborador de De Peso.

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