Pecho a pechito: Una noche diferente en Yucatán

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El Boffas/De Peso
MÉRIDA, Yucatán.- “Cuando el mundo se acabe yo me voy para Yucatán”, más o menos reza un refranero popular acuñado, jocosamente, por turistas nacionales que por años han visitado el Estado.

Pero, irónicamente, ¿Yucatán es todavía el sitio seguro para resguardarse de los portentosos males nacionales como, por ejemplo, la inseguridad? En materia de seguridad, los censos nacionales y las cidras oficiales del Inegi reportan que Yucatán es, ahora, la entidad más segura del país. Cero secuestros en los recientes cinco años, cero ejecuciones por crimen organizado desde 2008, alrededor de siete feminicidios oficiales desde 2012 a la fecha –aunque organizaciones no gubernamentales sostienen que son más de 30 las muertes violentas contra mujeres- y el único “lunar” es la alta tasa de suicidios anuales. En 2016 se contabilizaron alrededor de 250, y en lo que va de 2017, ya suman 136 casos.

Hasta allí, la seguridad de Yucatán es, al menos en los círculos oficiales y en determinados sectores sociales, una realidad.

No obstante, lo impensable sucedió casi a la medianoche del jueves para viernes: el temblor de 8.2 grados Ritcher, con epicentro en la población de Jijijialpan, Chiapas, trastocó la presunta afable vida de miles de yucatecos, la mayoría radicada en Mérida, la capital del Estado.

Por primera ocasión en muchos años, quizá en las últimas ocho décadas, de acuerdo con testimonios históricos, no se sentía en la entidad una réplica de temblor con determinada intensidad, breve, de aproximadamente 20 ó 30 segundos, pero que hizo que una “pila” de yucas saltara de sus hamacas desde donde, según la ancestral tradición, se rascan el “tuch” (en lengua maya, obligo). Se habla de que en la década de los setenta, un temblor que destruyó la ciudad de Antigua, en Guatemala, también se dejó sentir en Yucatán.

En efecto, la réplica del temblor que desgraciadamente ocasionó daños en Chiapas y Oaxaca, principalmente -con saldo de más de 90 muertos y más de 350 mil familias afectadas, aunque en Chiapas hay 1.5 millones de damnificados-, causó en los meridanos y, yucatecos en general, impacto. Los dejó literalmente mudos y hasta con temblores –casi vale la verbigracia- en diversas partes del cuerpo. Al menos, algunas manos no podían sostener la tasa del café. Y no es mentira.

En las redacciones de varios periódicos, concretamente en De Peso –el rotativo con mayor circulación en el sureste de México- los botellones de agua purificada vibraron; los pisos también hicieron lo propio. Algunos pensaron que se debía al arranque de la prensa para la elaboración del periódico. Otros lo tomaron a broma: “Sí, claro, déjense de chin…, son los fantasmas que rondan por la redacción”.

Pero no, en efecto. En Yucatán sí tembló, algo poco creíble sobre todo por la placa tectónica del suelo estatal, dirían los expertos, ya que ésta se compone de un mundo de piedra-laja, incluso donde han fracasado los excavadoras con la tecnología más avanzada, de las que tienen punta de diamante. Todas se han roto. Pero la naturaleza todo lo puede.

No fueron pocas las personas a las que el temblor afectó de varias formas. Los testimonios, a causa del natural susto, son variados: desde el clásico mareo hasta problemas estomacales que, finalmente, derivaron en diarreas. El origen es nervioso. No cabe duda.

Y es que las nuevas generaciones de yucatecos no saben qué es un temblor. Lo leen en las redes sociales, en el Internet y por lecturas de periódicos y hasta revistas especializadas –si es que acaso leen-, pero muy escasa raza lo ha sentido en carne propia.

Están acostumbrados al diario pesar del sofocante sol con todo y sus temperaturas que rayan en los 40 ó 42 grados, y se previenen de las lluvias durante los últimos cuatro meses del año porque siempre hay el peligro latente de los ciclones o huracanes, de los cuales dos han marcado a los habitantes de la entidad en los últimos 30 años: “Gilberto” (1988) e “Isidoro” (2002). De allí, no más que amenazas y ventarrones “que nos hacen lo que el viento a Juárez”, dirían algunos.

Ultimamente los jóvenes yucatecos, hombres y mujeres, así como adultos medios y los llamados adultos mayores ya conocen los “socavones”, aquellos que se conforman en entidades como la Ciudad de México y Morelos y que, sin duda, también son altamente peligrosos. En Yucatán lo que proliferan son los “baches”, también conocidos como “cráteres lunares”, y en determinados municipios rurales, entre ellos, Kanasín, conurbado a Mérida.

Esos famosos hoyancos son de mucho cuidado para los peatones, y los vehículos motorizados de cualquier tipo. Todo lo que tenga llantas de caucho o de hule. Pero de eso, a temblores, no.

Y como casi siempre salieron los más y los menos. La eterna disputa entre los sectores marginados y poderosos de Mérida. Los del norte, la clase social adinerada, dijeron que ya mero se morían del susto; y que el sismo los agarró en equis cantina o bar de moda, donde la cerveza cuesta más de dos salarios mínimos. En cambio, los del llamado sur profundo, los “olvidados”, presumieron de valientes. “Aquí no pasó nada, somos más duros que los jotitos del norte”, sostuvieron. Cuestión de enfoques.

Los más avezados se dirigieron a Puerto Progreso, el municipio costero más importante de Yucatán y que sólo se ubica a 36 kilómetros de Mérida. Después de la capital yucateca, es la segunda comunidad más importante en economía, aunque Progreso tenga severas carencias de casi todo. No hay suficiente agua potable, hay constantes cortes de energía eléctrica por la falta de pago del actual ayuntamiento que preside José Isabel Cortés Góngora (a) “Chabelo”, surgido de Nueva Alianza con una pequeña dosis del PRD. Pero esta es otra historia que, para los progreseños, ya es una pesadilla.

De tal forma, los visitantes comprobaron que en las costas de Progreso no se formó –y con pocas probabilidades- algún tsunami que arrasara con todo lo existente. Aun así, los porteños también sintieron la vibra del sismo.

A pesar de todo el susto, los yucatecos en general tuvieron una noche que no olvidarán. Ni en sus más remotas pesadillas verían que la laja del suelo yucateco temblara. Al otro día el tema no fue más que uno: la réplica del sismo. “¿Y dónde te agarró el temblor?”, bromeaba la gente al tiempo de evocar la canción del legendario músico tabasqueño “Chico Che”.

Las autoridades gubernamentales salieron a tranquilizar el panorama e informaron que no hubo problema alguno; eventualmente el desalojo de turistas de un hotel de lujo y policías rondando cumpliendo el protocolo de seguridad. Una noche, sin duda, diferente. Con la amenaza de que algún huracán se desvíe para el sureste y, por supuesto, previsible. Pero un temblor no está en el catálogo de problemas de los yucatecos. Todavía no.

Pero con todo y el sismo, ¿la seguridad es una constante en Yucatán? Sí, todavía es una entidad con buena calidad de vida. Simplemente fue una noche distinta, rara, casi increíble. Pero no cabe duda de que la madre naturaleza castiga los excesos humanos. A pesar de que se acabe el mundo, todavía pueden venir para Yucatán.

El saldo final en la entidad: mucho susto, insomnio y una que otra prenda íntima desteñida.

Fin…

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