El dueño del ropero se encariñó tanto con el ropero que no sólo lo cuidaba en la vida, también en la muerte.
Jorge Moreno/De Peso
MÉRIDA, Yucatán.- El oficio de “anticuario” es poco común, al menos en la península de Yucatán, sin embargo no por ello deja de ser apasionante para las personas que se dedican a ello, pues a diferencia de otros trabajos, nadie se mete a este negocio sólo por dinero si no tiene el gusto y conocimientos para saber que comprar, cotizar su valor y posteriormente venderlo ya sea en tarifa fija o bien al mejor postor.
Todo esto viene a colación porque hace unas semanas platiqué con un anticuario “jubilado”, quien ejerció este oficio por más de cuarenta años en su natal Veracruz; desde hace un par de años radica en la ciudad de Mérida (su esposa es yucateca) y aprovecha sus ratos libre para visitar casas de antigüedades o sitios en donde el común denominador son los objetos extraños o de épocas pasadas:
“Te voy a contar algo que me pasó hace más de treinta años, yo era joven y combinaba mi labor de anticuario con el oficio de la familia, el de carpintero, por esa razón mayormente buscaba muebles antiguos en mal estado para restaurarlos y venderlos a buen precio”.
“Hubo una ocasión en que estaba en Córdoba, Veracruz, acompañando a mi tío para hacer unas compras y nos llamó una viejita para decirnos que en su casa había un ropero y varios muebles que estaba rematando; como estaba cerca fuimos a verlo y vaya que estaban a muy buen precio y pues sólo eran detalles menores para restaurarlos”.
“Mi tío, quien tenía mucho trabajo me dijo que si quería yo hacer el negocio no había problema, que me prestaba su camioneta para trasladar todo; no lo pensé dos veces y entusiasmado, me puse a pensar que con la compra y venta de esos muebles podría ganar un buen dinero”.
“Hice trato con la señora y el domingo siguiente fui por los muebles, junto con mi ayudante los fuimos subiendo uno a uno, pero de pronto el ropero no lo pudimos mover cuando salió a la acera, hicimos un esfuerzo enorme y hasta lo abrimos para ver si no había nada dentro, algo que se me hizo muy raro pues para trasladarlo de un cuarto a la sala y a la calle no hubo mayor problema”.
“Un vecino que observaba todo solo dijo que ese mueble no quería salir de ahí, que era la voluntad de su ex dueño; no le dimos importancia obviamente y entonces con la ayuda de una persona que pasaba por ahí lo logramos subir y nos fuimos”.
“Eso fue algo de lo que me arrepentiré toda mi vida, pues cuando lo llevamos a mi casa (en una bodega tenía yo un pequeño taller en donde restauramos las cosas que comprábamos) empezaron a suceder cosas muy raras, de pronto se aporreaban las puertas del ropero por dentro como si algo quisiera salir, pero al ir a checar no había nada ni nadie; también mi hija de seis años decía que veía a un señor viejito en el cuarto que venía de la bodega, mi esposa afirmaba que también veía a ese ser fantasmal y que incluso entraba al ropero”.
“Si no me hubiera tocado vivir todo eso no lo hubiera creído, me apuré en restaurarlo y se lo ofrecí en venta a un cliente que por increíble que parezca me lo devolvió a los pocos días, me dijo que no era necesario que le devolviera el dinero pero que ya no lo quería cerca”.
“Intenté venderlo en vano y por increíble que parezca tuve que devolverlo a la señora, quien cuando me vio llegar con la camioneta solo alcanzó a decir ‘ya sabía que iban a venir de nuevo’, lo cual me dejó muy intrigado”.
“El caso que me dijo que el ropero perteneció a su difunto esposo y por algún motivo estaba arraigado a él, desde hacía diez años que había muerto y desde ese entonces ocurrían cosa raras, similares a lo que pasó en mi casa”.
“Y aunque mi intención era sólo devolver el ropero y ya, la viejita insistió en devolverme el dinero de nuevo, sólo me dijo que se daba por bien servida y agradecida con la reparación y que sin duda si marido ya descansaría en paz”, finalizó.
