A dos de tres caídas: Tic, May… tic, May…

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Espectrín Gómez/De Peso
MÉRIDA, Yucatán.- Izamal siempre se ha caracterizado, quizá sobre otros municipios de Yucatán, por ser una comunidad donde realmente se respira un ambiente distinto, tal vez misterioso, cultural, altamente gastronómico y singular.

La mayoría de las viviendas del llamado centro histórico, mejor dicho, de la plaza principal están pintadas de cal, amarillo y blanco; sus calesas son pintorescas porque no sólo trasladan a los turistas, sino también a los propios nativos que se niegan a abordar los inseguros mototaxis.

Por las noches, la gente todavía suele reunirse en el parque grande y sus alrededores para platicar, chismear y hasta echarse sus buenos antojitos regionales como, por ejemplo, salbutes, panuchos (de los buenos, no de los que tienen el carácter ácido). Antes, al medio día, laboran excelentes restaurantes donde pueden mitigar el hambre del más salvaje troglodita o del más refinado sibarita (no sé qué signifiquen, pero ambas palabras terminan, en verso y sin esfuerzo, con “ita”).

Los mayores y los no tantos, todavía recuerdan con emoción la visita en 1993 del papa Juan Pablo II para celebrar, en el famoso convento franciscano, una misa para cientos de indígenas de la región y de Centroamérica. Por si no lo sabían, años después, los organizadores no lograron conjuntar a los nativos de Guatemala, El Salvador, Honduras y así por el estilo. Como en las votaciones mexicanas, hubo un “acarreo” brutal de indígenas mayas para llenar los sitios.

Y, al final de la liturgia, fueron recompensados por las bendiciones del ahora santo polaco, además del tradicional banquete: jugo del DIF estatal (con sabor a rayos “ligth”) y torta de jamón y queso (que ni el Chavo del 8 hubiera peleado).

Y así transcurre la vida en Izamal. Entre las altas y las bajas. Sus dos comisarías más conocidas Citilcum y Kimbilá son ampliamente visitadas porque allí, en realidad, hay manos mágicas, muy propias de un “Pueblo Mágico”, título nobiliario que le fue concedido hace algunos años por las autoridades turísticas por aquello de los favores políticos. En fin.

Y también, de esa manera, han pasado por las administraciones municipales un buen lote de alcaldes: buenos, regulares, malos y pésimos. La mayoría, emanados del tricolor, y sólo de vez en cuando un triste blanquiazul con más pena que gloria.

PRIMERA CAIDA.- De pronto, surgió el alcalde Warnel May Escobedo -2015 a 2018- como el clásico mecenas.

SEGUNDA CAIDA.- Oh, sorpresa. Resulta que al reloj del palacio municipal, hace unos días, le mandó poner su nombre. Y todos en Izamal supieron de la verdadera vocación de su primer edil: relojero de corazón; autoridad por conveniencia.

TERCERA CAIDA.- Todos saben ya que al final de 2018, Warnel hará realidad su sueño: poner una relojería con marca propia. Un final feliz, sin duda.

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