La historia de Lalo

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Erick Galindo / De Peso

CANCÚN, Q. Roo.- El joven asesinado por el ruso Aleksei Makeev, Eduardo ‘N’, era oriundo de Tabasco, desde pequeño con su familia emigró a Cancún y se establecieron en la supermanzana 70, sobre la calle 20, donde vivieron durante años. Hace aproximadamente uno se fueron del lugar, luego con 20 años cumplidos Lalo regresó a la zona, pero este había cambiado, aquel niño se convirtió en un muchacho problemático que se drogaba, robaba casas y asaltaba a transeúntes.

Después de los terribles y reprobables hechos ocurridos el pasado sábado, donde murió apuñalado por el ruso conocido como #LordNaziRuso, luego de que Eduardo ingresó a la propiedad del extranjero, ahora es un joven del que dicen “que dio la vida por defender la dignidad del pueblo de México ante el racismo y discriminación”,  según un cartel que fue colocado en un altar afuera de donde vivía.

Las víctimas de Lalo fueron varias, entre ellas un ‘chiclero’, a quien lesionó con una navaja para robarle sus pertenencias, también robó en varias casas del rumbo y a peatones que salían de los bares cercanos y que se atrevían a caminar por la calle 39 y aledañas, de la supermanzana 70, sitio que consideraba su territorio.

Desde el pasado lunes, cerca de 15 personas se reúnen en la calle 20, frente a un altar que colocaron a un lado de la puerta de una vivienda, ubicada a la mitad de la manzana, en honor a Lalo, pues ahí vivía.

Una de las vecinas recordó que hace casi ocho años el joven y su familia rentaron un predio que está frente a dicho altar, ahí lo empezó a conocer.

El pequeño Lalito era muy hiperactivo, solía hacer travesuras que ameritaban que su mamá lo castigara y le sacara canas verdes, asistió a la primaria pero su comportamiento muchas veces lo llevó a que lo expulsaran de la escuela.

Fue creciendo y fue cambiando, se volvió agresivo y empezó a juntarse con malas compañías, con los pandilleros y malandros de la zona. Su familia no pudo controlar su rebeldía y menos sacarlo del mundo de las drogas. Terminó por abandonar sus estudios.

Su madre, hermanos y él, dejaron la casa de la supermanzana 70, ahí el vecindario le perdió la pista, hasta hace apenas un año que lo volvieron a ver por la zona, su físico había cambiado, ya tenía bigote y barba.

El muchacho decidió invadir una de las casas abandonadas que está frente a donde vivió muchos años, sobre la calle 20, ahí se drogaba y se refugiaba cuando cometía algún ilícito.

“En ocasiones lo veía bien y en otras muy drogado”, dijo una de las lugareñas, quien señaló que únicamente escuchó que lo iban a velar, pero no supo dónde, porque para ella no era una persona muy grata en la colonia, por los antecedentes que tenía.

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